martes, 2 de enero de 2018

Un nuevo final y una vieja certeza


Ahora que comienza un nuevo año, creo que ha llegado para mí el momento de encontrarme con mi vaca, de darle un fuerte abrazo como lo hace Fernandel en “La Vache et le prisonnier”, y cerrar estos casi tres años de búsqueda de mi fiel compañera a lo largo de las 93 entradas -94 con esta-, que fuí dejando en este blog.
No me queda mucho para cumplir los 13 años blogeando, pasando de uno a otro a lo largo de cinco cuadernos como éste a los que antes llamábamos bitácoras. Y esta memoria de lo ya hecho, sin saber muy bien por qué, es algo que viene a mí cada vez que me planteo el dejarlo de una vez por todas. Supongo que con la edad uno se pone blando y sentimental, y le toma cariño a lo de dejar escrito lo que le viene a la gana o la curiosidad de vez en cuando... Quienes me conocen algo de este y de anteriores cuadernos, saben de mi manía por reinventarme y reaparecer en otro lugar. Eso es: tengo ganas de cambiar algunas cosas en lo que hacía y empezar una vez más. Así supongo que lo haré. Y pronto.
Mucha salud a todos.

domingo, 17 de diciembre de 2017

La flor del sol


El Eguzkilore o flor del sol es la flor seca del cardo silvestre, conocida también como Carlina Acaulis, y es considerada una representación del astro diurno a la que se le atribuyen las mismas funciones místicas que corresponden al sol. Se coloca en las puertas de las casas para defenderlas de todo lo que acompaña a la oscuridad: desde el rayo y la tormenta de la noche, hasta los malos espíritus y las indeseadas visitas de las brujas...

Dicen las tradiciones que cuando las brujas merodeaban pueblos y caseríos a la vuelta de los akelarres, si divisaban un eguzkilore entre las brumas del amanecer, huían despavoridas al confundirlo con el sol y aquél hogar quedaba liberado de su visita. En otros lugares se cuenta que las brujas no podían entrar en las casas hasta que le hubieran quitado todas las hojas a la carlina, trabajo suficiente para que mientras llegara el amanecer y éstas tuvieran que volver a sus cuevas.

El eguzkilore era también un efectivo protector contra los temidos efectos de la niebla de la mañana, a la que se llama lausoa. De ésta contaba José Miguel de Barandiaran que era común creer que cuando recorría las calles de los pueblos o rodeaba cualquier casa, podían llegarse a ver dentro de ella cosas inimaginables, sorprendentes y terribles traídas de la mano de Aide, un genio infernal.

Visitando esta mañana el pueblo de Zerain, me he encontrado en las puertas de algunas de sus casas con el recuerdo vivo de todas aquellas creencias. A mi modo de ver no parecen ser si no una mixtura de remotas tradiciones dentro del molde de un canon cristiano muy primitivo... Poco importa, la verdad: en el recuerdo de quien se ha encontrado hoy con esto, reviven los cuentos que oía por boca de sus abuelos aquellas heladoras noches de invierno, en entonces aquellos remotos valles, cuando el año llegaba a sus confines.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Una mirada oblicua


Robert Doisneau (1912-1994), “el cazador de imágenes”, es célebre sobre todo por su fotografía más popular e imitada, la que se conoce con el título de “El beso". Pero si se escarba un poco más en su obra, se irá descubriendo que esa búsqueda de la espontaneidad, de la autenticidad de lo representado, era una constante en este fotógrafo francés con la que obtuvo magníficos resultados.
Como muestra un buen ejemplo dentro de su repertorio.“Un regard oblique” (“Una mirada oblicua”) es una serie fotografica realizada por Doisneau para que formara parte de un artículo de la revista LIFE publicado en 1948. La idea era captar con su cámara las miradas, muchas de ellas "oblicuas", de los paseantes ante un cuadro, subido de tono para los cánones de aquella sociedad, expuesto en la vitrina de la Galería Romi, situada en la rue de Seine, París (Francia).
Para que el experimento tuviera el efecto deseado, Doisneau escondió su cámara en una vieja silla que se encontraba en el interior de la galería, de manera que pudiera captar la reacción de los transeúntes, sin que estos fueran conscientes de ello, ante la exposición de una obra pictórica que representaba el cuerpo desnudo de una mujer.

En la serie vemos a una respetable dama asustada por lo que está expuesto en público; un gendarme que parece repasar de memoria el repertorio legal por si eso fuera constitutivo de delito; un hombre que oculta su mirada tras un voluminoso paquete; la pareja joven en la que ella observa divertida la imagen, mientras él retira con cierto rubor la vista hacia otra obra; un respetable matrimonio de clase media en el que la mujer comenta con su marido los pormenores de un lienzo, mientras él, poco atento a sus explicaciones, desvía subrepticiamente la mirada hacia el lienzo de la mujer desnuda...
La serie de Doisneau ha dado pie a diversos estudios sociológicos relacionados con los usos de aquella época. De hecho se ha empleado en multitud de ocasiones para ilustrar lo que se denomina "la política sexual de la mirada", y en otras tantas para mostrarnos cómo todo un universo de identidades que se cruzan por la calle un día cualquiera, pueden reaccionan ante una situación muy concreta de maneras muy diversas. Por ahora.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

οἰκουμένη - tierra habitada

Konrad Peutinger y Margareta Welser

Konrad Peutinger (1465-1547) fue un hombre del Renacimiento en todo el sentido de la palabra. Algo así como una especie de arqueólogo, que buscaba y coleccionaba objetos del pasado; un coleccionista siempre tras el rastro de manuscritos y libros antiguos, que poseía la biblioteca privada más grande al norte de los Alpes. Su interés por el pasado le llevó a publicar la primera colección impresa de inscripciones romanas, y su gusto por el intercambio de ideas a cartearse con el mayor erudito de su época, Erasmo de Rotterdam. Peutinger era  jurista, diplomático, político y economista, además de consejero del emperador Maximiliano I y después de su sucesor, Carlos V. Estaba casado con Margareta Welser, perteneciente a una de las familias más ricas de Alemania y erudita por derecho propio.

Cuando en 1508, murió su amigo Konrad Bickel, el bibliotecario del emperador Maximiliano de Austria, Peutinger heredó de él un viejo mapa que Bickel afirmó haber encontrado "en alguna parte de una biblioteca" hacia 1494. Se trataba de la copia realizada por un monje medieval de Colmar allá por el siglo XIII, en el que había una inscripción que hacía referencia a su lejano origen en tiempos del emperador Augusto. Su nuevo propietario acogió con entusiasmo el tesoro heredado en su biblioteca, tomando este desde entonces el nombre de Tabula Peutingeriana o mapa de Peutinger.


Edición de Abraham Ortelius de la  Tabula Peutingeriana

La Tabula Peutingeriana, es la copia de una especie de guía de carreteras de tiempos del imperio romano, un itinerario ilustrado que muestra la red vial de la ecúmene o mundo conocido por ellos en aquél entonces. Si la Tabula ha llegado primero a manos de Peutinger, y después hasta nosotros ha sido por el hecho de que fue copiada una y otra vez a lo largo de los siglos. Los rastros dejados en cada unos de los traslados ha permitido además, establecer una especie de genealogía de las sucesivas reproducciones que se han hecho de ella desde su creación original en tiempos del emperador Augusto.

Vemos cómo el paso del tiempo ha ido dejando huella en la Tabula, por un lado manteniendo lugares desaparecidos, como Pompeya, Herculano y Oplontis, destruidos en 79 d.C. por la erupción del Vesubio; y por otro incorporando en posteriores copias localizaciones que no existían en un origen, como es el caso de Constantinopla fundada en 330. La Tabula abarca toda Europa, excepto la península ibérica y las islas británicas, parte del documento que se perdió en algún momento, e incluye el norte de África y partes de Asia hasta casi la India. 

En este último lugar, en el límite del mundo conocido entonces, se anota en el borde del plano, allá donde Alejandro detuvo sus conquistas y exploraciones:

“Hic Alexander Responsum accepit. 
Usque quo Alexander”

“Aquí Alejandro obtuvo la respuesta. 
¿Hasta dónde, Alejandro?”


Se cree que la Tabula original fue creada bajo la dirección del general y arquitecto romano Marcus Vipsanius Agrippa (c.63 a.C.-12 a.C.), yerno, confidente y colaborador del emperador Augusto. Después de la muerte de Agrippa en el 12 a. C, el mapa fue grabado en mármol y expuesto en Roma, en el Porticus Vipsania, un hermoso edificio porticado con doble columna, situado en el extremo este de la Vía Lata (actual vía del Corso), junto a los arcos del Aqua Virgo, como lo recuerda el poeta latino Marcial en alguno de sus epigramas. El pórtico, que albergaba estatuas y obras de arte, se hizo pronto conocido en la antigüedad por este mapa monumental del mundo, que representaba para los orgullosos ciudadanos de aquella urbe los inmensos límites hasta los que había llegado su poder. Ni más ni menos que casi la totalidad del mundo conocido por ellos. Más allá de sus bordes, la nada, que era lo mismo que lo desconocido.

La obra geográfica de Vipsanius Agrippa gozó de tanta fama que fue empleada por muchos autores latinos con apoyo para sus obras –Plinio el viejo entre ellos-, y fue trasladada a pergamino por una legión de copistas anónimos a lo largo de los siglos siguientes, hasta llegar a la que heredó el noble Konrad Peutinger. Sin embargo esta tenía un grave problema que no pasó inadvertido ni a su propietario ni a quienes tuvieron la fortuna de conocerla: estaba gravemente deteriorada.

Marcus Vipsanius Agrippa y Abraham Ortelius
Fue Abraham Ortelius (1527-1598), una mezcla de viajero, anticuario geógrafo e impresor nacido en Amberes quien tomó entonces el testigo en esta historia. Aprovechó de sus numerosas influencias para hacerse con todas las copias que pudo del manuscrito, revisarlas, supervisarlas y poner el año 1598 en la prensa la edición de la Tabula que a día de hoy se considera aún la más fiable con respecto al original de Peutinger. Puede verse aquí.

Para entonces, Ortelius era ya reconocido por ser el autor del que se considera el primer atlas moderno, el “Theatrum orbis terrarum (1570)” que contenía hastas 70 mapas, la mayor colección de su época, ordenados de mayor a menor, con índices y bibliografías. De hecho, gran parte de ellos eran copias y algunas bastante inexactas. Pero a día de hoy constituye una hermosa recopilación de los conocimientos geográficos del momento, y por aquél entonces algo tan novedoso en su planteamiento como lo pudo ser La Enciclopedia casi dos siglos después.

Plano de Europa en Theatrum orbis terrarum (1570)
Es una pena lo poco que parece saberse de Ortelius, pues todo apunta a que aquellos viajes que narra en algunas de sus obras y que protagonizó él mismo, le sirvieron para recopilar no sólo mapas y documentos raros y antiguos, a los que era muy aficionado, sino todo tipo de conocimientos  que han quedado seguramente olvidados entre los muchos papeles que de él se conservan en algunos archivos.

Da que pensar, por ejemplo, que cuando Ortelius fue nombrado en 1575 geógrafo de Felipe II, ocurrió por recomendación de Benito Arias Montano, quién apreciaba en él tanto sus conocimientos, como el hecho de haber tenido como mentor a Gerardus Mercator y, sobre todo, pertenecer como él a la Familia Charitatis, secta ocultista y contemplativa. Este cargo le permitió a Ortelius acceder a lo que podría llamarse el Dorado de los geógrafos de su tiempo: todos los conocimientos acumulados por los exploradores portugueses y españoles.

Es un suponer que Arias Montano y Ortelius pudieron conocerse en Amberes, donde vivía el segundo y tuvo que pasar ocho años el primero por encargo de Felipe II para coordinar, como “architipógrafo regio”, la publicación de la Biblia Sacra Regia Políglota en los talleres de Cristóbal Pantino -Christoffel Plantijn-. Su misión era además la de hacer de censor inquisitorial para que el texto fuese todo lo fiel que la santa iglesia católica requería. Curioso que fuera en la mismísima imprenta de Plantino, y de la mano de éste, donde seguramente tanto Arias como Ortelius se iniciaron y compartieron militancia en la Familia Charitatis.

De hecho, fue el propio Plantino quien colocó en la edición francesa del Théâtre de l'Univers del mismo Ortelius, unos versos que aún hoy en día, después de todo el tiempo pasado, parece que nos cuesta entender:

C'est grand honneur, Messieurs, de voir tant d'estrangers
Des quatre Parts du Monde (avec mille dangers)
Apporter ce qu'ils ont d'esprit et de puissance
Pour rendre vostre ville un Cornet d'abundance...


jueves, 2 de noviembre de 2017

Hacia las entrañas del abismo


Buscando algún rastro sobre la vida de un arponero vasco al que estoy siguiendo los pasos, he dado con un curioso documento que dejo por aquí.
A finales de 1838, la ballenera "Royal William" salió de la costa este de los Estados Unidos hacia el Atlántico sur y el Océano Indico. El barco era capitaneado por un tal Jephthah Jenney, magnífico nombre para un personaje de este tipo, que anotó detalladamente en su libro de registro lo que ocurría diariamente en la William a lo largo de los dos años de navegación: información sobre el clima, coordenadas de ubicación, incidentes entre los tripulantes, avistamientos y números, muchos números y datos técnicos...
Para llevar una mejor contabilidad de sus capturas, Jephthah dibujaba una ballena al margen de la anotación de aquél día. Si mostraba en la ilustración una con dos colas, quería decir que habían matado una segunda ballena, pero que "se hundió" antes de que pudiera ser capturada por la tripulación. 

Lo de hundirse era algo que, a diferencia de los cachalotes, pasaba con algunas especies de ballenas cuando morían, aunque es posible que se refiriera también al hecho de que se sumergiera intentando una huida final en la que arrastraba consigo a sus captores a los más profundos abismos del océano.

lunes, 30 de octubre de 2017

Lettre à Madame la marquise de Senozan



El libro escrito por el doctor Pierre Chauvin “Lettre à Madame la marquise de Senozan, sur les moyens dont on s'est servy pour découvrir les complices d'un assassinat, commis à Lyon, le 5e juillet 1692”, es una rara obra-testimonio sobre un caso policiaco ocurrido en la Francia de fines del siglo XVII. En él se narra cómo se puso a prueba la credulidad de la sociedad preilustrada en los métodos empleados por un radiestesista, de nombre Jacques Aymar, para identificar a los culpables de un crimen.


El 5 de marzo de 1692, un comerciante de vinos de Lyon y su esposa fueron asesinados en su sótano. La investigación se paralizó, pues no había manera de dar con alguna pista. Un vecino del lugar sugirió usar los servicios del tal Jacques Aymar, muy conocido en el lugar por su capacidad para hallar, ayudado de su varita milagrosa, cualquier cosa que se hubiera dado por extraviada. Dicho y hecho: llevado a la escena del crimen, Aymar reconstruyó el itinerario de los asesinos con su varita de avellano, hasta llegar a la localidad de Beaucaire. Allí, señaló como culpable a un hombre jorobado que acababa de ser arrestado por un pequeño hurto. Encerrado en Lyon, el jorobado confesó tras sufrir un duro interrogatorio, ser uno de los autores del crimen junto con un par de cómplices a quienes denuncia. 

Una vez detenidos éstos, todos los acusados fueron condenados a morir por el suplicio de la rueda en la plaza des Terreaux de Lyon.

Se habló mucho del caso en aquella época, sobre todo de las espectaculares dotes adivinatorias del radiestesista. Y fue tanto que desde entonces era solicitado para otras muchas averiguaciones en todo el reino de Francia. Pero esto mismo hizo que las autoridades terminaron por sentirse molestas por ello. Así que lo llamaron a París, para que la prestigiosa Academia Real de Ciencias lo sometiera a una serie de pruebas que terminaron por ponerlo en evidencia, acusándolo de impostor.

viernes, 13 de octubre de 2017

La educación sentimental

John Barrymore interpretando Hamlet (1922)

Como ya se sabe, Hedda Hopper, fue actriz y cronista del universo Hollywoodiense allá por la primera mitad del siglo XX. Hace poco cayó en mis manos una edición de 1954 de su semiautobiografía “Lo sé de buena tinta”. Entre otras muchísimas cosas, cuenta en ella una enriquecedora anécdota acerca de los consejos que dio el conocido actor Jack Barrymore a su joven hijo Bill, cuando esta se lo envió para que lo enderezara un poco.

La transcribo:

«Cuando terminamos el trabajo fuimos a verle, y una vez confortablemente sentados junto a él, miró a Bill muy despacio y empezó a contarle esta edificante historia: 

» Hijo mío, cuando yo era un poco mayor que tú, y, sea dicho en honor de la verdad, tenia mejor figura que tu, hice mi primer viaje a Australia. Aunque mi experiencia teatral no era mucha, Willie Collier ­­­-Dios lo bendiga-, me concedió un margen de confianza. Realmente yo le debía a él la vida porque durante el terremoto de San Francisco me sacó de la cama y me salvo metiéndome dentro de una bañera llena de agua; mi tío John Drew dijo que había sido necesario que se desquiciasen todas las fuerzas de la Naturaleza para que yo tomase un baño; bien es verdad que luego colaboré en el salvamento de otras personas, y esto me libero un poco de la deuda de gratitud eterna que suele contraerse en casos semejantes. Nos fuimos a Australia Willie y yo, como te decía, y antes de llegar a puerto recibí un cable de un amigo mío diciéndome que no me preocupase por el alojamiento, porque él lo tenía ya resuelto. Y era verdad; desde el muelle me llevó a la mas bien montada casa de prostitución que había en Australia, cuya dueña se había enamorado de mi amigo, y durante diez años le había proporcionado cuanto había necesitado: dinero, bebidas y comida a placer y completamente gratis. La buena señora, que era muy amable y muy guapa, dijo que los amigos de su amigo eran amigos suyos, y que estaba todo pagado para mí. La primera noche organizó una reunión en mi honor, a la que solo asistimos mi amigo y yo, ella y sus señoritas; la amabilidad y generosidad de aquella dama no tenia limites, y desde luego no he vuelto a asistir a reuniones coma aquéllas. Me instalé en aquella casa, y en ella viví todo el tiempo que duré mi contrato, y fui tan tonto, que cuando llegó la hora de regresar a América propuse a una de las chicas que se casara conmigo, a lo que ella, mucho mas lista que yo, no accedió.

» Yo me empeñé en dar una fiesta de despedida, y efectivamente se dió: cerramos la casa y nos quedamos solos, como en una dulce reunión familiar. Llegó el coche para llevarme al muelle, y cuando ya estaban cargadas mis maletas, tuve la frescura de pedir la cuenta. La amiga de mi amigo contestó:

» Mr. Barrymore, nadie me había gustado tanto como usted en toda mi vida. Sería una ingratitud cobrarle nada, cuando en realidad soy yo la que debería pagarle a usted su amabilidad y su finura.

» Mi amigo, ya en el muelle, me dijo con cierta pena:

» Barrymore, ¿por qué trabajas? ¿Por qué no te buscas una posición como la mía?

» Mi hijo Bill oía todo aquello un poco confuso. Jack acabó su historia diciendo:


» Te confieso, hijo mío, que toda mi vida he lamentado no haber hecho caso de aquel joven amigo.»